Buenos maestros y profesores mediocres
Buenos maestros y profesores mediocres
Esta parte de la historia transcurre en los años 80's del siglo pasado. Vivía con mis padres y mi hermano mayor en un barrio de la localidad de Kennedy en Bogotá. Para ese entonces, había cierta abundancia de recursos, razón por la cual, me encontraba matriculado en un colegio privado con un buen nivel educativo. Esto último no lo vine a entender sino hasta mi vida adulta.
En ese plantel estudie desde pre-kinder hasta tercero, pero no fue de manera ininterrumpida, puesto que mi primer intento de cursar primer grado, vendría acompañado de varios inconvenientes. El colegio del que hablo, quedaba en ese entonces en la misma localidad, su nombre era Liceo Eucarístico Mixto. No era un colegio religioso a pesar de su nombre y de hecho ignoro si aún sigue allí. Luego de terminar kinder, nos mudamos a un barrio en la localidad de Teusaquillo. En esa localidad se daría parte de otra historia curiosa que será objeto de un posterior relato para otra ocasión.
Obviamente, al mudarnos tan lejos, era insostenible seguir en el mismo colegio; razón por la que terminé experimentando un cambio fuerte de ambiente y de rutina. En cuanto llegué al nuevo plantel educativo, el matoneo o <<montadera>>, como se le suele llamar al bullying en mi país, no se hizo esperar. Y es que, en el Eucarístico, siempre se me alentó a participar en clase, a expresarme libremente, a tener un crecimiento sano. Esto era por las políticas internas aplicadas por su rector. Aún recuerdo su nombre: Everardo Vargas. Es bastante curioso que lo recuerde, puesto que mi memoria para rostros y nombres no es la mejor. Pero a él aún lo recuerdo y a su inmejorable estilo de formador, siempre preocupado por el bienestar de sus alumnos.
Incluso cuando tuve una profesora, a la que le molestaba mi personalidad inquieta y expresiva, lo que la llevaba a reprenderme por ser yo, Everardo le dijo algo como <<él es uno de mis mejores estudiantes. Déjelo en paz. Si no le parece, primero se va usted antes que él.>>
Se podrán imaginar, estimados lectores, que el cambio al colegio de Teusaquillo, fue dramático. Allí no se me alentaba a participar y el nivel de este nuevo plantel, a pesar de ser también privado, era muy inferior. Había mucha restricción y control, de hecho, debíamos llevar un cuaderno con ese nombre: <<control>>. Dicho método siempre me ha parecido carcelero, tal vez no tanto para el cuerpo, pero definitivamente sí para la mente. El uso del cuaderno de control, denota la falta de este en el ambiente escolar y es una muestra inequívoca de la presencia de la mediocridad, enfermedad que tiene infectado a nuestro sistema educativo y lo más grave es que está ampliamente normalizada.
Como les contaba en líneas anteriores, el matoneo fue inmediato. Ni bien tuve mi primer recreo y ya empezaron los niños más fuertes a abusar de los débiles o nuevos. Gracias a mi apariencia física, fui blanco de matoneo hasta grado once (aunque los rasgos que lo alentaban, desaparecieron en noveno grado). Pero no solo era el objetivo de persecución de los niños, también mi profesora de primero se unió a la fiesta. A este punto debo decir, si alguien se pregunta por el grado de transición, que en esa época sólo era obligatorio para niños con un rendimiento menor. Luego se volvió negocio.
Ya volviendo al tema, en una ocasión, recuerdo que mi profesora de primero estaba dando su clase y yo, con mi característica personalidad participativa, hice mi aporte, el cual era pertinente. La profesora sarcásticamente me preguntó si era que yo ya dominaba el tema, a lo que yo respondí que sí. Hubiese sido un buen momento para conocer ese nivel de sarcasmo. El rostro de esa mujer mostraba una clara indignación, por tanto procedió a decir algo como: <<si sabe tanto, ¿qué hace acá? Váyase para el salón de segundo.>> Yo me quedé mirándola sin saber qué hacer. De inmediato ella continuó con su ataque: << ¡váyase a ver para el salón de segundo!>>, esta vez, levantando la voz. Yo recuerdo haber salido desconcertado y triste para el salón de segundo. Allí entré sin golpear la puerta y luego me recosté en una pared cerca de ella. La profesora de segundo interrumpió su clase con un silencio incómodo, se limitó a mirarme sin decir nada. Yo bajé la mirada y pensaba en el por qué era malo dominar un tema y compartirlo con los demás. Los niños de segundo se quedaron viéndome por unos segundos, luego la profesora continuó su clase y ellos volvieron su atención a ella. Y así estuvo la situación por un rato: yo parado, recostado en una pared, en silencio, mientras los demás que estaban en el salón de segundo, me ignoraban por completo. Luego vino el recreo con su respectiva dosis de matoneo. Después regresé a mi salón de primero, temeroso y nunca más me quedaron ganas de ser participativo; me limitaba a contestar lo necesario y a ser tan obediente como podía. Estaba preso en un sistema educativo eficiente para acabar mentes y destruir espíritus. Y la profesora de primero era una mediocre más, que defendía el status quo y mantenía un supuesto orden, pero al precio de acallar quien sabe a cuántas mentes brillantes que terminamos pérdidas en el mencionado sistema. A todo esto, se añade el hecho de ser mi primera vez en una ruta escolar, la cual era muy incómoda.
Con el paso de los días, la rutina se hizo más llevadera. Incluso, ya me juntaba con un niño fuerte que me protegía de los montadores en el recreo. Es fácil saber que si hubiese seguido ese camino, estaría en un cubículo de contact center, con jornadas horribles de trabajo, pero publicando en mis ratos libres estados con carpe diem por redes sociales. También podría tratarse de cualquier otra forma de vivir con similares tasas de felicidad y crecimiento personal. Afortunadamente, mi mamá se percató de mis cambios de comportamiento y averiguó que no me había adaptado al nuevo colegio, razón por la que decidió retirarme del plantel. Duré un buen tiempo sin estudiar. Luego, regresamos a vivir a Kennedy y me matricularon de nuevo en el Liceo Eucarístico Mixto. Como era de esperarse, mi motivación para aprender regresó al poco tiempo. Volví a reír, a compartir con otros niños y a dejar de ser sumiso. Recuerdo cosas divertidas de aquella época en primer grado, hasta concursos de popularidad llevados a cabo por los profesores. Había hasta dinámicas, que hoy en día serían inapropiadas, como decir quienes eran los niños más bonitos del salón. La mayoría se inclinaba por una niña llamada María de los Ángeles (era bonita, sin duda), pero yo recuerdo haber dado mi voto sin dudar por otra niña llamada Tatiana, quien tenía una sonrisa espectacularmente contagiosa, aunque era un poco agresiva para mi gusto. Aun así, tuve que aguantarme sus pilatunas todo el año, pues se sentaba detrás de mí. Lo malo de mi regreso, es que el matoneo también estaba presente allí. Tuve que soportar golpizas del matón de turno, durante mucho tiempo, hasta que un día no volvió al colegio. Tal vez lo sacaron del colegio por su comportamiento o por falta de pago. Lo bueno del cambio, es que mi rendimiento mejoró tanto, que a mi mamá le propusieron una figura llamada promoción automática, esto en los primeros meses de estar cursando primero. Consistía en adelantarme a grado segundo con un acompañamiento especial. Según cuentan, yo lo rechacé con pataleta de por medio, así que continúe en primero.
Terminé primero y cambié de grado y de salón. Ahora estaba en un segundo piso. Recuerdo haber Sido bien tratado. También hubo dinámicas que se supone fuesen divertidas, como en el año anterior. La que más recuerdo con claridad es la del amigo secreto. Recuerdo que me tocó María de Los Ángeles. Mi mamá me ayudó a escoger el regalo: una lotería didáctica, un gasto escolar más. A la niña, no le gustó o simplemente, por el exceso de atención que padecía, no le importó. Al menos esa era la lectura que yo hacía en ese entonces. Lo que ahora pienso es que es una dinámica de integración inútil, como las que hacen en las empresas. Si me hubiese tocado Tatiana, ella al menos hubiera pronunciado un <<gracias>> sincero, puesto que resultó diciendo que yo era un amigo especial ella y que me quería mucho. Una expresión tierna e inocente de la época infantil. Me la pasaba con dos niños, uno llamado Rafael y el otro Mario (espero estar recordando bien). Jugábamos con la comida en el recreo como simulando un videojuego. El juego lo propuse yo, producto de las visitas con mi hermano mayor a las salas de arcade. Allí jugaba con él Super Mario Bros y otros títulos, entre los que estaban los de pelea, siendo estos últimos los que inspiraron los juegos con la comida en el recreo.
Un día, el salón de segundo estaba siendo reparado y dicha actividad presentó retrasos. Por esto, fuimos trasladados ese día a un futuro salón de informática, que al parecer, estaba sobre una placa muy endeble para la necesidad. Se conocía como <<el salón prohibido>>, puesto que no se permitían niños solos allí. La profesora, según se veía, no la tenía fácil para atender todo a la vez porque nos dejó en el <<salón prohibido>>, aduciendo que allí tendríamos una serie de actividades especiales. Cosa que no resultó según las expectativas de los alumnos, ya que casi no estuvo con nosotros ese día; se la pasaba entrando y saliendo cada tanto como para verificar que no destruyéramos el lugar o algún otro tipo de mal colateral, cosa que fue lo que pasó al final. En un principio, todo el grupo estaba relativamente en calma. Pero con el paso del tiempo, un par de niños se tornaron inquietos. Fue cuestión de tiempo para que la ley de la masa crítica hiciera su aparición en la escena, resultando en caso todo el grupo corriendo y saltando. Se escuchó un estruendo y un grito, seguido de quietud momentánea. Luego, una conversación entre adultos algo agitada. Como consecuencia, los niños empezaron a debatir las posibles causas y la mayoría llegó a la conclusión de que se habían dado cuenta de los juegos infantiles. Momentos después, regresó la profesora con cara de pocos amigos a decirle a un grupo de niños que su desobediencia casi le cuesta la vida a alguien. Lo que realmente sucedió es que al estar incompleta la estructura, se cayó una lámpara fluorescente encima de una persona en el piso de abajo, provocada por los saltos y juegos. Esto último, debido a un efecto de resonancia. La mayoría de niños quedaron muy impactados por el reclamo, hecho en un tono y con expresiones inadecuadas para el público objetivo. Pero la verdad, fue una expresión de ingenuidad o tal vez incompetencia, por parte de la profesora, el hecho de pretender que veinte niños se iban a comportar como soldados obedientes. Siendo responsabilidad suya y sólo suya, el desenlace de los acontecimientos.
Ese año no hubo bullying y como de costumbre, fui un alumno destacado, gracias a las políticas implementadas por el rector. Luego llegó tercero y ante la ausencia de uno de los profesores, el rector mismo decidió dar el curso ese año. Todo marchó sobre ruedas ese año, excepto por un abuso cometido por parte de un estudiante de quinto grado. En esa ocasión, estábamos haciendo fila para entrar al bloque de salones y yo estaba de último. No sé qué pasó, si de pronto lo rocé, hablé muy duro, olía mal en ese momento, pero cuando me di cuenta, él se volteó (estaba justo delante mío), me empujó y empezó a insultarme con palabras que yo hubiese sido incapaz de pronunciar en ese entonces. Yo le respondí que me dejara en paz, visiblemente molesto, a lo que él reaccionó con más improperios y patadas. Me asusté y lo golpeé dejándolo en el suelo, luego de 3 patadas. En eso llegó una profesora quien ya sabía que él era un alumno problemático. Pensé que me iban a expulsar, pero no; ella lo reprendió a él y a mí me preguntó si estaba bien y me ordenó ir a mi salón.
Las ventajas de ser un niño bueno nerd. Al parecer se corrió la voz de mi hazaña y nunca más sufrí ataques en ese colegio. Fueron buenos años allí. Por desgracia, no hubo más dinero para pagar la costosa pensión y tuve que cambiar a una escuela pública llamada "Concentración Casa Blanca”. Mi hermano mayor estudió allí años antes y se aseguró de dejar su huella.
Estudié cuarto y quinto grado allá, ambos con la misma profesora. Si mi memoria no me falla, su nombre era Luz Janeth. El cambio de ambiente fue drástico: los niños decían groserías como nunca antes había escuchado. Eso último era un símbolo de estatus, además de algo prohibido y severamente penalizado por las autoridades de la escuela.
Era el primer día de clases en cuarto grado y la profesora Luz Janeth comenzó a llamar lista por orden alfabético. Cuando llegó mi turno, vaciló en silencio unos segundos y me llamó al mejor estilo de Dumbledore cuando apareció el nombre de Harry Potter en el peligroso torneo en el que no debía participar. Muy incómoda ella movió su cabeza buscándome, notoriamente afectada. Luego de yo responder, me preguntó si tenía un hermano y pronunció su nombre. Yo le dije que sí. En ese momento Cell, es decir, Luz Janeth sintió el verdadero terror y se propuso controlar al terrible ser que había llegado a invadir su espacio de paz en el trabajo. Lo siguiente, fueron dos años de maltrato por parte de la profesora. A pesar de que yo me esforzaba, ella castigaba el más pequeño de mis errores e incluso los forzaba, usando el miedo como herramienta. No era nada asertiva para comunicarse: ni siquiera fue capaz de enseñarme qué era colorear parejo; sólo me castigaba por no hacerlo. Aunque no hubo acoso por parte de otros niños, no hacía falta para mantener mi espíritu bastante amedrentado. No sólo tenía que soportar sus castigos, sino que provocaba otros tantos en casa. Mantenía mis cuadernos llenos de malas anotaciones y eso no era algo bueno para llevar a casa en los 90's del siglo pasado.
Al final del quinto grado, había un concurso para optar por un cupo para sexto grado en el INEM de Kennedy (AKA Jimmy Carter). Ella con el placer del caso, me dijo que a pesar de mis esfuerzos y haber mostrado una mejoría, no era digno de ir a tan prestante institución. Mi decepción era evidente; sin embargo, una tía mía tenía un contacto en la alcaldía de Fontibón, que le dijo que había cupos en colegios del sector. Para ese entonces, ya llevábamos años viviendo en la localidad, por lo que fue la mejor elección optar por un colegio en el cual pudiera caminar y no tener que enfrentar el duro transporte público. Así terminaría entrando a un colegio distrital, donde haría todo mi bachillerato.
Durante mi estadía en la escuela, fui suspendido por decirle a un niño <<vulgarín sin salvación>>, lo cual se suponía que significaba decirle a alguien que tomara todas las groserías que supiera y las entendiera por dedicadas para sí. Me acusaron con la profesora y a pesar de lo ridículo que suena, Luz Janeth no titubeó en suspenderme 3 días. Mi mamá y mi hermano creo que aún no lo saben. En esos 3 días, fui a visitar a Everardo al Liceo Eucarístico Mixto. Él me recibió y charlamos amenamente. Como siempre, me hacía sentir bien recibido y con esperanza de un mejor mañana. El resto del tiempo lo pasé en un Arcade de Fontibón llamado "Divertrónico".
Aún después de más de un año de haber finalizado mi historia en el Eucarístico, Everardo seguía en su papel de maestro, haciendo un trabajo muy importante en los primeros años de la educación de los niños. En mi caso dejó una huella positiva que me ha acompañado toda la vida y que cuanto más avanzo, más me doy cuenta de lo importante que fue su influencia en etapas tempranas.
Quiero que quede claro algo: como dice la canción, lo que nunca quise fue contar mi historia, aunque pudiera resultar conmovedora. Esta historia es para resaltar a brillantes maestros como Everardo Vargas, quienes están más allá del horroroso sistema educativo en el que nos vemos obligados a navegar, plagado de profesores mediocres y equivocados de vocación, un sistema donde se ha normalizado a Luz Janeth y sus posteriores evoluciones que serán tratadas en próximas líneas.
Por ahora quiero que su nombre sea resaltado y recordado: Everardo Vargas. Él es el tipo de maestro que este país y nuestra sociedad necesitan. Espero poder verlo algún día y agradecerle por tanto, aunque en realidad, al momento de escribir este relato, no sé si aún sigue entre nosotros o ya abandonó este mundo. La verdad, es que la vida adulta en este país, con excepción de unas 4.000 personas, consiste en la conocida <<carrera de la rata>>, razón por la que nunca he podido buscarlo.
Esta historia continuará...
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